Más allá de los datos sobre los hábitos de consumo,
en los grupos se hicieron referencias a
percepciones, valoraciones, expectativas y actitudes
tanto de los jóvenes como de los adultos, que
pueden resultar de gran utilidad a la hora de
ajustar los mensajes comunicacionales que
intentan prevenir los excesos en el consumo de
alcohol.
Entre estas referencias, es necesario
destacar:
• Las diferencias en la valoración del alcohol
cuando consumen los jóvenes y cuando
consumen los adultos;
• La percepción de los jóvenes sobre las
actitudes de los adultos;
• Las expectativas de los jóvenes sobre el
diálogo con los adultos;
• El nivel de aceptación de las diferencias
de los jóvenes.
LAS DIFERENCIAS EN LA VALORACIÓN DEL ALCOHOL
CUANDO CONSUMEN LOS JÓVENES Y CUANDO CONSUMEN
LOS ADULTOS
Es sabido que, entre los adultos, el alcohol tiene
una gran aceptación social. El consumo es aceptado
y generalizado, e incluso, en algunos círculos,
es casi un objeto de culto. El alcohol es
frecuentemente tema de conversación; hay
comercios especializados, revistas especializadas;
el conocimiento sobre vinos es un indicador
de status social, el alcohol se percibe como un
bien valioso, el alcohol se regala, con alcohol se
celebra, con alcohol se sellan los buenos deseos,
con alcohol se curan las penas…
Pero al mismo tiempo, al alcohol se lo considera
la peor de las drogas permitidas.
En ese contexto, ¿dónde se ubican los adolescentes
y los jóvenes frente a este “objeto” que genera
opiniones tan contradictorias?, ¿cómo ven y cómo
valoran al alcohol?
En los grupos pudo observarse un fenómeno muy
curioso: pareciera que el consumo de alcohol
entre los adultos es mal visto, y que, paradójicamente,
esta valoración negativa no se produce
cuando quienes toman son jóvenes. En efecto, los
entrevistados resultaron muy críticos con relación
a los adultos que consumen alcohol, mientras que
se mostraron muy indulgentes cuando lo consumen
ellos mismos. Resultó notable el recato y
hasta la vergüenza de los jóvenes al hablar del
consumo de alcohol entre los adultos de sus
familias, reflejado sobre todo en el tono de voz
con que lo hicieron: “mi papá toma un poco, pero
mi mamá no toma nada”, “en mi casa hay una
repisa con bebidas, de todo un poco, a mi papá le
gusta tomar…, no se emborracha, pero pega en el
palo…”, “yo tengo un tío que toma desde los 15
años y está solo, nadie lo quiere, es feo, horrible,
cuando no toma está bien…”, “mi abuelo tomaba
mucho…”, “los grandes toman y se ponen peor
que nosotros…”, “me dan pena esos viejos que
están tirados en la calle borrachos porque ya
nadie los quiere…”.
Esta misma imagen pudo observarse cuando se
les preguntó a los jóvenes como veían su relación
a futuro con el alcohol: no “se ven” tomando;
muchos de ellos señalaron que no van a consumir
alcohol, o al menos no van a consumir en exceso
cuando sean adultos: “capaz que en la Facu ya no
tomás más”, “si sos grande y estás casado, no
vas a llegar a tu casa chupado para que te vean
así tus hijitos”, “es la edad…, hasta que sentás
cabeza”, “no sé si a los 18 años me va a llamar”,
“a esta edad no tenés responsabilidad, después te
vas volviendo más serio”.
Tomar alcohol y ser jóvenes son dos conceptos
casi tan estrechamente ligados como el acné y la
adolescencia. Entre los jóvenes funcionan como
sinónimos. Tomar es algo que “hay que hacer”
para salir de la infancia, para crecer: “y chupás
porque es parte de ser joven, vas probando cosas
y eso está bien”, “los padres quieren que los hijos
vivan en una burbuja, quieren evitarte todos los
peligros…, y, sí…, saben que afuera es más
peligroso, pero no podés vivir en una burbuja,
tenés que salir, tenés que crecer”.
Sin embargo, no se trata de un rito de iniciación,
no es un tránsito de una situación a otra, no es un
río que se cruza una vez y se alcanza la otra
orilla. Por el contrario, el alcohol acompaña
permanentemente, durante todo el transcurso de
la adolescencia, “hasta que sentás cabeza”, hasta
que se empiezan los estudios universitarios: o
hasta que “te casás y tenés chicos…”, cuando,
según lo perciben, cambian las cosas.
PERCEPCIONES, VALORACIONES Y EXPECTATIVAS
Esta perspectiva del alcohol, como algo estrechamente
ligado a la juventud, explica también la
naturalidad con que los jóvenes hablaron en los
grupos del consumo y del consumo excesivo del
alcohol. Como se dijo anteriormente, los jóvenes
no se inhiben, no “suavizan” los datos, no
retacean información, no se refieren al alcohol
como algo prohibido o vergonzante.
LA PERCEPCIÓN DE LOS JÓVENES SOBRE LAS ACTITUDES
DE LOS ADULTOS
Los adultos, y la sociedad en su conjunto,
tienen una actitud permisiva, e incluso cómplice
respecto al consumo de alcohol de los
jóvenes.
La adolescencia es la edad de la rebeldía y los
jóvenes no hacen demasiado caso de lo que dicen
sus padres: “los padres te psicologean, pero yo
me escapo igual”, “lo único que me prohíben en
mi casa es que vaya a lo de mi amigo en (un
barrio cerrado) donde nos juntamos a tomar, por
la madre que tiene, pero me escapo por arriba y
no se dan cuenta de nada”, “a esta edad te dicen
cualquier cosa y no te importa nada”, “me retan y
no los escucho, es como…, nada, cuando no me
dan más plata, cambia…”.
Sin embargo, en los grupos se habló con insistencia
de las distintas actitudes de los padres con
respecto al consumo de alcohol, lo que da cuenta
de que a los jóvenes sí les importa, y mucho, la
actitud de los padres.
Según la perspectiva de los jóvenes:
• Algunos padres son muy estrictos, incluso
demasiado: “mis viejos están obsesionados…,
cuando vuelvo a mi casa me preguntan: ¿y?,
¿tomaste algo?, ¿había bebidas?, ¿vos probaste?”,
“hay padres muy estrictos, que no te dejan
hacer nada, y los hijos son un desatre!”, “los
sobreprotegidos, cuando pueden, son los que
más se descontrolan…”, “los padres no tienen
problemas, las madres son más exageradas”;
• Otros, los menos, tienen una actitud
de diálogo: “mis viejos nos dicen siempre que no
tomemos, que es muy riesgoso, que nos pueden
pasar un montón de cosas, nos explican todo…”,
“mi papá me dice que está mal tomar, que no es
para menores; ¿porqué? supongo que es porque
el cuerpo no aguanta”, “si mi papá se entera de
algo, se pone a llamar a todos los padres para
que sepan en qué están sus hijos, para que los
busquen o se preocupen para que lleguen bien a
sus casas”;
• Otros, la gran mayoría de los padres: “se
hacen los boludos”, “no preguntan mucho”, “me
ven cuando ya se me ha pasado”, “mi mamá no
sabe, pero mi papá sí”, “mi mamá me caga a
pedos por las notas, pero si chupo no me dice
nada”, “mi viejo me deja hacer lo que quiero si
tengo buenas notas”, “hay padres que no les
importa, prefieren que se queden en su casa…,
suben a su cuarto y los dejan solos y no saben
nada”;
• Por último, hay padres que no actúan
porque no les importa lo que hacen sus hijos.
A diferencia de la posición anterior en que, según
los hijos, los padres saben que sus hijos toman,
pero “se hacen los boludos”, posiblemente porque
no saben cómo actuar, hay otra actitud de los
padres a la que los jóvenes se refieren con mucha
tristeza: es la de los padres que no actúan,
básicamente, por falta de afecto: “hay padres que
no les dicen nada a los hijos porque no les importa…”,
“no les dicen nada de nada, ni del alcohol ni
de las notas…”, “hay padres que no están y creen
que no pasa nada…”, “para mí, los que no les
dicen nada es porque no los quieren,
pobres…, los chicos están como abandonados…”.
Pero más allá de la actitud de los propios
padres, hay toda una sociedad que permite y
fomenta el consumo de alcohol entre los
jóvenes. Son los adultos los que les dan tragos
para que prueben desde muy chicos, los que les
facilitan el acceso al alcohol, los que les facilitan la
entrada a lugares donde no está permitido que
entren menores, los que se callan, y hasta los que
“se cagan de la risa”, como la cajera del supermercado
a la que hizo referencia uno de los
entrevistados.
LAS EXPECTATIVAS DE LOS JÓVENES SOBRE
EL DIÁLOGO CON LOS ADULTOS
Podría afirmarse que a los adolescentes, no les
cae bien esta actitud generalizada de los padres
de “hacerse los boludos”. Por el contrario, valoran que los cuiden, sobre
todo las mujeres y los más jóvenes: “me siento
querida, se preocupan por mí”, “cuando mis
padres me hablan en contra del alcohol me siento
cuidada”, “me dio cosa porque mi amiga se
remamó y los padres no le dijeron nada…”.
Cuando son más grandes, se muestran más
ambivalentes: “por un lado está bueno tener
alguien al lado que te esté cuidando, pero también
te da un poco de rabia que todo el día te estén
jodiendo…”, “está bien que te digan y te cuiden
cuando sos chico, después te jode un poco…”, “al
principio está bien que te hablen, que te hagan ver
las cosas, pero después, ya está…”, “me parece
bien que nos cuiden, pero no la exageración…”.
Por último, los mayores no aceptan la presión
por parte de los padres y lo que esperan es
una actitud de mayor confianza en ellos: “son
cosas que ya sabemos, que no te hinchen más los
huevos…”, “si igual no le vas a dar bola…”, “me
gustaría tener más libertad, mis viejos siempre se
creen que me voy a mandar una cagada”, “todo el
tiempo me dicen que no eche moco…, joden!!!!”,
“mis viejos confían en nosotros…, típico que a los
hermanos más grandes los tienen muy controlados,
pero yo soy la tercera y ya saben que me
cuido sola, que paro cuando tengo que parar…”.
Para confrontar estas expectativas de cuidado, en
los grupos se puso a los jóvenes en una situación
simulada, y se les preguntó qué harían ellos si
fueran adultos y tuvieran hijos que toman alcohol.
Curiosamente, las primeras respuestas de los
jóvenes fueron siempre extremas:
• Algunos apuntaron a una permisividad
total: “nada”, “no sé, nada…”, “qué le vas a
decir, no vas a lograr nada”, “qué vas a hacer,
si no me va a hacer caso, como yo no le hago
caso a mi viejo…”;
• Otros, a una extremada represión: “si veo a
mi hijo tomando alcohol, lo recago a trompadas”,
“yo lo mato”, “me imagino que le doy una
buena cachetada”, “lo encierro y no lo dejo
salir”.
Sólo una vez que superaron esa instancia
extrema pudieron pensar en otras actitudes,
basadas en el diálogo, el cuidado y los consejos:
“y, bueno, hablaría, le diría que le hace
daño…”, “le diría que chupe un poco, pero no a tal
extremo que le pueda hacer daño…”, “los controlaría
un poco más, les haría ver que si uno se
chupa no es el mismo…, que el riesgo de que te
secuestren es mucho más alto”, “les diría que
siempre anden en grupo, que si alguno de sus
amigos está dado vuelta, lo traiga adormir a
casa…”.
También pensaron en soluciones que trascienden
lo individual: ”haría una campaña para que
no les vendan alcohol a los menores…”, “hablaría
con los otros padres para que tengan un mayor
control de los hijos”, “presionaría con otros padres
para que no se venda el alcohol en todos lados”,
“la policía tendría que ser más estricta, ahora te
ven tomando y no te dicen nada…”.
EL NIVEL DE ACEPTACIÓN DE LAS DIFERENCIAS ENTRE
LOS JÓVENES
Un último punto que es necesario destacar por
cuanto la perspectiva de los adultos suele ser
diferente, es que entre los adolescentes y los
jóvenes de la actualidad, la aceptación de las
diferencias constituye una realidad que unos
años atrás hubiera resultado utópica. No se
trata de “tolerancia”, se trata de verdadera
aceptación: los diálogos en los grupos, en los
que se evidenciaron percepciones y conductas
diferentes, e incluso opuestas frente al alcohol,
se hicieron siempre en un marco de profundo
respeto. A diferencia de lo que suele ocurrir en los
grupos foco donde participan adultos, los jóvenes
aceptaron genuinamente las otras ponencias, no
cuestionaron las otras posiciones, no discutieron,
no intentaron persuadir o convencer a los que
tenían posiciones diferentes, simplemente se
escucharon unos a los otros.
Por cierto que las presiones grupales existen
y constituyen una variable de mucho peso en
la decisión de tomar, sobre todo entre los más
jóvenes: “si están todos tomando vos tomás…”,
pero también en los grupos dijeron: “siempre hay
presiones, pero cada uno toma lo que quiere”,
y, sobre todo demostraron con sus comportamientos,
una notable aceptación de la diversidad.