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Cirugía sin anestesia
Se ajustó la corbata y respiró hondo. Recordó por un momento el saludo que en la mañana había recibido de una sus queridas hijas, por su cumpleaños. Un pensamiento fugaz cruzó por su mente, con la pregunta que tantas veces se había hecho. “¿Mis hijos me tienen como un buen padre?” Había cumplido 45 años, que no era tanto, pero que en su propia historia de vida era una eternidad. Y tal vez había estado demasiado ocupado para prestarles la debida atención.
Abrió la puerta y salió. Las cámaras y los flashes se concentraron en él y apuntaron sus “disparos” hasta enceguecerlo. Pero no se inmutó. Sonrió levemente y avanzó hacia el estrado. Una ola de aplausos comenzó a bajar desde las gradas superiores y contagió a todos. La expectativa generalizada por una elección ganada con más del 50% de los votos, tres meses atrás, parecía haberse concentrado en ese pequeño teatro colmado de referentes, simpatizantes, gente que quería su bien y más de uno que esperaba su fracaso.
Le tomaron juramento y llegó la hora de dar sus primeras palabras. Cierta ansiedad se podía sentir en el ambiente. El triunfo electoral había sido logrado forzando las definiciones al máximo. Viniendo de un partido vecinal, había podido ganar a último momento a las grandes estructuras partidarias tradicionales con un mensaje sobrio, austero pero muy contundente sobre el cambio rotundo que debía producirse en la gestión municipal. Había convocado a una “cirugía sin anestesia”. Varios lo habían tildado “de derecha”, pero la adhesión a su discurso se produjo como un torrente.
¿Realizaría ahora este joven intendente un giro hacia la moderación, hacia lo “políticamente correcto” para preservar su carrera y poder terminar su mandato sin sobresaltos? ¿Sería ésta una nueva decepción para los cordobeses; otro más que llega para colocar a sus amigos y para repartirse los contratos más suculentos entre testaferros y conchabados del poder? Las condiciones estaban dadas para que la historia se repitiera otra vez. ¿Por qué sería él diferente a los demás? No sería el primero (ni el último) en utilizar una estrategia para llegar y luego otra para mantenerse y preparar las arcas para la próxima campaña.
En la ciudad ya es una especie de dogma que no se puede gobernar sin arreglar con el sindicato de empleados municipales y con las principales corporaciones que pueden hacer que la ciudad se pare o explote con cualquier reclamo. Ellos son el sindicato de los choferes, la corporación de los empresarios del transporte, el sindicato de los basureros, los camioneros, los inspectores…
En la primera fila estaba Alejandra, su mujer y madre de sus tres hijos. La miró fijamente por unos segundos y pudo ver que ella compartía los mismos nervios y que el trajín de los largos meses de campaña y del armado del equipo de gobierno, así como la confección del ambicioso plan, se le notaban en la cara también a ella, al igual que a él.
Doble mérito en su caso. Porque nunca le había gustado la política -ni siquiera leía los diarios- y tenía aversión al trajín cotidiano de esta actividad, con sus pequeñas mentiras, traiciones, exageraciones y puestas en escena, tanto de los contrarios como de los propios. Provenía de una familia de clase media, que a pesar de ciertas limitaciones en distintos momentos de su vida, ni se les había pasado por la mente recurrir al Estado ni a nada que tuviera que ver con él. Sin embargo, allí estaba ahora, hermosa aunque sin ostentarlo, erguida como un pilar con cierto aire sobrio pero distinguido, apoyando y cuidando las espaldas de su marido en forma incondicional.
¿Cómo sería la relación entre ellos de aquí en adelante? fue otro pensamiento que cruzó por por su mente y se fue. Sabía que el poder trae todo tipo de tentaciones. Y ya había tenido alguna oferta concreta de una reportera muy bien dotada que le insinuó estar dispuesta a todo por acompañarlo en su carrera. A “todo”.
Pero no había llegado aquí para eso y no serían éstas sus debilidades. Cierta idea de “misión” se había consolidado en él. Los esfuerzos habían sido muy grandes en todos los sentidos y su derrotero tenía ciertos capítulos que sólo se explicaban creyendo en milagros. Por ello -a diferencia de otros políticos- había terminado por convencerse de que sólo tendría esta oportunidad -y sólo ésta- para cumplir su destino. Que probablemente su carrera terminaría mal. Incluso se había imaginado alguna vez abandonando la ciudad y radicándose con su familia en otro lugar lejano. De todo esto era consciente. Pero ni aún esas probabilidades lo condicionaban mental ni sentimentalmente para desatar el nudo que tenía sometida a la ciudad desde hacía tantos años. De alguna manera, sentía que toda su vida se justificaba en este tiempo de decisiones fuertes. Su única satisfacción tal vez fuera la idea de que la historia finalmente rescataría su desempeño. Nada más. “El destino guía al que lo acepta y arrastra al que lo rechaza” había leído en algún libro y esa frase lo acompañaba por estos días.
Había llegado el momento. Volvió a respirar hondo. Recordó a su abuela cuando le sugería que antes de cualquier examen se encomendara al “Espíritu Santo” y así lo hizo. Una cierta paz le vino imprevistamente. Estaba tranquilo. Sabía lo que tenía que hacer. Y aunque no era un buen orador, en ese momento entendió que no serían las palabras, sino los hechos los que determinarían su impronta.
Comenzó a hablar. “No voy a andar con muchas vueltas. Conozco lo que somos capaces de hacer con el equipo que me acompañará en esta gestión. Pero también mis limitaciones. Y el margen que nos dará la realidad para operar sin ataduras, antes de que caigan sobre nosotros las presiones de los distintos sectores afectados por nuestras decisiones.
Por eso he decidido implementar un plan muy profundo para cambiar la Municipalidad en sólo siete días. Sí, en los próximos siete días voy a anunciar todas las medidas que luego profundizaremos a lo largo de los próximos cuatro años de gobierno. Las tomaremos todas juntas. Será una decisión por hora que cambiará el destino de la municipalidad y de la ciudad para siempre. Muchas de ellas causarán revuelo, debate; seguramente habrá reacciones furibundas de parte de algunos sindicatos y de algunas instituciones. Vamos a hacer cirugía sin anestesia y lo haremos de golpe. Políticamente sé que, lo que haremos, es un suicidio. Pero estoy operando más como vecino que como político. Si me tengo que ir me iré, antes incluso de terminar mi mandato, si es necesario. Pero no lo haré sin haber arreglado este desmadre que es la municipalidad y -con ella- la ciudad de Córdoba. Les pido paciencia a los vecinos y apoyo, porque vamos a vivir días intensos…”
El aplauso explotó en la sala, aunque la gran mayoría dudó de que pudiera lograr lo que estaba proclamando. O mejor dicho, no dudaron: no lo lograría. Pero aplaudieron de todos modos. Porque la mayoría de los que estaba allí sentado, esperaba “cobrar” de alguna manera la ayuda que había brindado de una u otra forma, durante la campaña. A más de uno le inquietó la idea de que este intendente fuera tan duro y tan intransigente que ni siquiera tuviera la “generosidad” esperada con sus seguidores y militantes. Pero descontaron que la sangre no llegaría al río…
En la conferencia de prensa posterior los periodistas intentaron extraerle cuáles eran esas decisiones tan rotundas. Pero él fue breve y lapidario: “lo sabrán momento por momento, hora por hora. Ninguna información será ocultada y ustedes serán los primeros en saberlo. Les aconsejo que busquen alojamiento cerca del edificio central de la Municipalidad por los próximos 7 días porque será una semana que los cordobeses jamás olvidarán.”
“Mañana comenzamos a trabajar a las 7 de la mañana. Un abrazo”