Quiero acercarles las palabras que expresó el Dr. Gorritti, durante el evento de presentación del Libro "Favelización de Córdoba" y que fue todo un éxito ayer. Si las publico aquí, no es por las palabras elogiosas que me ofrece, sino porque también representa un testimonio en sí mismo, de un hombre valiente que ha sufrido como él la pérdida de una hija por un accidente en el que el conductor estaba alcoholizado. Y que sin embargo, lo movió a desarrollar una tara inmensa para cambiar esta realidad de muertes en Argentina por causas vinculadas al alcohol.
"Pocas veces en la historia de Córdoba, se ha visto un contraste tan evidente entre la mala y la buena política, como en el caso de la breve –pero significativa- gestión de Sebastián García Díaz al frente de la Secretaría antidrogas de la provincia.
Fue convocado por el actual gobierno, a fin de fundar el organismo encargado de enfrentar nada menos que al narcotráfico, que en los últimos diez años registra un crecimiento vertiginoso en la Argentina, especialmente en la región centro del país. Esta grave situación viene siendo denunciada desde entonces por los Dres. Marcelo Touriño y Aurelio García Elorrio, quienes a costa de su propia seguridad personal y la de sus familias –al igual que los periodistas Tomás Mendez y Juan Federico-, han alertado sobre los lazos ocultos que existen entre el crimen organizado y sectores encumbrados del poder político. Ante el inocultable daño social producido –sobre todo en la población juvenil, la más vulnerable y expuesta al terrible mal de la drogadicción-, en el 2008 la cuestión fue definitivamente instalada en la opinión pública mediante la campaña callejera del partido “Primero la Gente”, que instaba a la ciudadanía a denunciar en forma anónima a los narcotraficantes barriales, ofreciéndose sus dirigentes para trasladar a la Justicia y la Policía los estratégicos datos, con el fin de obligar al Gobierno a actuar de una buena vez, sin escudarse en el eterno pretexto de la imposibilidad de hacerlo por supuesta falta de información. Al no poder seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra, éste se decidió hacer política con el delicado tema.
El Gobernador optó por la maquiavélica maniobra de invitar al principal promotor de la campaña que les incomodaba, en la creencia de que, siendo un político, una vez en el cargo habría de hacer lo que normalmente hacen los políticos opositores cuando son convocados a las filas gubernamentales: transformarse en un burócrata obediente, atornillado a uno de esos importantes sillones oficiales desde los cuales se pierden de vista los ideales sostenidos en el llano. Es decir, el gobierno buscó neutralizar a Sebastián haciéndolo partícipe de su total inacción frente al problema, que era –y después de él, ha vuelto a ser- su verdadera política de Estado.
Se equivocaron de persona; Sebastián y su equipo de compañeros de trabajo no buscaban empleo sino la oportunidad de poner a prueba sus ideas de gobierno sobre esta dramática cuestión. Pero el poder apostaba a las enormes dificultades del cargo como seguro desprestigio de la gestión encomendada, que se esperaba fuera anodina. En otras palabras, la idea era darle “el abrazo del oso”, y matarlo políticamente. El factor humano frustró la maniobra gatopardista, poniendo al oso en fuga.
Se hace política tal como se vive: con honestidad o picardía. En la política argentina hay demasiadas pícaros que se prestan a cualquier cosa, con tal de satisfacer sus ambiciones de poder y riqueza. Los políticos profesionales conciben al Estado como un botín de guerra, formidable máquina de hacer negociados, cuya administración les permite quedarse con ilícitas comisiones millonarias a cambio de favorecer a los peores intereses creados –internos o externos-, menoscabando a la sociedad en múltiples formas. Cualquier ideología sirve de pantalla, en la vil tarea de malversar el erario público. En nombre de los próceres se saquea continuamente el patrimonio nacional, para asombro del mundo, que no puede entender nuestro subdesarrollo. Como es obvio, la fiesta de la corrupción siempre la paga el pueblo, viviendo por debajo de sus posibilidades. Aunque esto viene ocurriendo desde los tiempos de la dictadura militar, se ha acentuado durante la democracia, pues los viejos partidos políticos –y también los nuevos que nacieron viejos, por ser mero reciclaje de políticos marginales- son conducidos por personajes que no pueden explicar cómo amazaron fortunas con el ejercicio de la función pública. De hecho, los dirigentes de los partidos dominantes conforman la nueva oligarquía argentina.
Pero también hay –siempre las hubo- hombres y mujeres con integridad moral, que van hacia la política con espíritu altruista, llevados simplemente por su patriotismo y la creciente preocupación por el futuro de sus hijos. Estos son “peligrosos” para el orden establecido, no sólo porque denuncian la corrupción estructural que los otros practican, sino porque proponen un programa de gobierno que acabaría con ella: la legalidad constitucional a ultranza, el respeto a la división de los poderes, el imperio de la ley en todos los órdenes como garantía de existencia del Estado de Derecho, que no es sólo un juego electoral. Estos políticos actúan con la lógica del interés público, el bien común que enseña el Derecho Natural, para “asegurar los beneficios de la libertad”, razón de ser del Estado moderno. Ellos representan lo mejor de la política, no lo menos peor, que es lo que la sociedad argentina acostumbra votar.
El autor del libro que hoy presentamos, –de más está decirlo- pertenece a esta clase de dirigentes políticos, de por sí selectos en razón de la rectitud de sus intenciones, en su caso demostrada en los hechos.
Cualquiera que conozca bien a Sebastián García Díaz, sabe que es de los que dan un paso al frente cuando se piden voluntarios para una misión peligrosa. Es un combatiente, y por tanto siempre va a ir hacia adelante, aun cuando un enorme oso lo espere para darle su abrazo mortal. Por eso aceptó el desafío de ocupar la primera fila en la lucha local contra la peor amenaza delictiva del mundo, incluso con la sospecha (confirmada enseguida) de tener que hacerlo en inferioridad de condiciones funcionales, por la sórdida oposición de sus superiores administrativos.
De las increíbles peripecias de su gestión, entorpecida cada día por las trabas del Ministro de Gobierno, da cuenta el libro. Sólo diré que Sebastián no se limitó nunca a recitar el pobre libreto que le tenían preparado, que la semana pasada hemos vuelto a escuchar de boca del actual Secretario de Prevención de las Adicciones. Para gran sorpresa de sus hostiles anfitriones, desplegó en tiempo record un inédito programa de acción que apuntaba en dos direcciones nunca antes exploradas por gobierno alguno en la República Argentina: la lucha frontal contra el narcotráfico como todavía no ha sido iniciada, con todo lo que dicho enunciado supone innovar en materia de investigación, persecución y captura de narcotraficantes. Y la lucha contra el alcoholismo, mediante un detallado plan de control de oferta de la droga de mayor consumo social, en su ámbito más dañoso: la nocturnidad, actualmente “zona liberada” para traficar todas las drogas. Es decir, planteó el deber del Estado de asumir rápidamente el control de la oferta de todo el espectro de sustancias tóxicas psicoactivas, legales o prohibidas, mediante la puesta en valor del marco legal conformado por las leyes 23.737 (de Estupefacientes) y 24.788 (de Lucha contra el Alcoholismo), paradigmas jurídicos irrenunciables.
En cuanto al narcotráfico, como primera medida sinceró la realidad de la ausencia del Estado, criticando públicamente la ineficiencia del viejo sistema de investigación exclusivamente a cargo de los fiscales y jueces federales. En nombre de un mal entendido garantismo procesal, estos aplican un exagerado sistema de nulidades que desvirtúa los principios y los fines del Derecho Penal con engorrosas exigencias de interminables investigaciones previas, que dejan pasar la flagrancia delictiva y terminan muchas veces frustrando las tardías intervenciones policiales contra los narcos, alertados por las filtraciones de esa mal llamada “tarea de inteligencia”. Los cargamentos importantes de droga, se terminan descubriendo por casualidad. La lenta rutina forense –causante del desprestigio del Poder Judicial-, es notoriamente funcional a la impunidad de los delincuentes, cuyo grado de organización y dinámica operativa supera ampliamente la estática actuación de los encargados de reprimirlos. El sincero diagnóstico del Secretario antidrogas (que comparte la opinión pública) le granjeó la instantánea enemistad de los fiscales aludidos, quienes se apresuraron a demostrarle su cuota de poder, boicoteando desde el vamos todas sus iniciativas de coordinación entre el Gobierno Provincial, la Justicia Federal y las fuerzas de seguridad. Créase o no, el Gobierno –a favor del cual él se jugaba- hizo causa común con los boicoteadores, decretando su triunfo. Unos y otros prefirieron beneficiar al negocio de la droga, antes que colaborar con la legítima autoridad que Sebastián ejercía. Así lo castigaba la mala política, por no querer participar del juego del silencio hipócrita. Al actual Secretario le quitaron de un plumazo su competencia en la lucha contra el narcotráfico, y no dijo ni una palabra. Seguramente va a durar en el cargo.
Apenas quince días después de su renuncia, los mismos que ignoraron sus iniciativas de reforma, convocaron una publicitada reunión de representantes de dichos organismos estatales, parodiando el mismo objetivo que Sebastián antes les planteara. Del encuentro surgió la promesa –no cumplida- de simplificar los procedimientos investigativos para acelerar la lucha contra este delito. En síntesis, el despreciado Secretario tenía razón, pero jamás se la reconocerán. Así manejan las instituciones de la República, los burócratas enquistados en ellas.
Consecuentemente, al Gobierno de la Provincia le pidió reequipar y aumentar el personal policial empeñado en esta lucha, instándolo a gestionar urgentemente ante el Poder Ejecutivo Nacional la elaboración de un plan maestro para derrotar al narcotráfico. Por el contrario, el ministro de Gobierno le reprochó que sus dichos le creaban problemas políticos con el Gobierno Nacional. Ese sólo dato amerita una profunda investigación penal de consecuencias imprevisibles, por lo que sugiere. Claro que aún no ha nacido el juez que se anime a tanto.
Pero donde Sebastián marcó un rumbo absolutamente nuevo en materia de prevención toxicológica, es en la cuestión del alcoholismo. Sentó doctrina con el sólo hecho de inscribirla por primera vez en la agenda de las políticas del Estado, que siempre se ha desentendido de la mayor causa evitable de morbimortalidad después del tabaquismo (35.000 muertes al año), gracias al arcaico prejuicio social que considera al alcoholismo –y sus funestas consecuencias sociales- como mero asunto privado. En su discurso de asunción del cargo expresó su firme voluntad de tomar el toro por las astas, señalando al alcohol como la droga madre de todas las adicciones, y al negocio de la diversión nocturna como la gigantesca escuela de inicio en ellas, indebidamente tolerada por el Estado y la sociedad. Dijo por las claras que el eje de su gestión sería terminar con la impunidad del comercio de alcohol a la juventud, en especial a los menores. Tampoco le creyeron. Cuando pocos días después, elevó al Gobernador su primer proyecto de ley reclamando la designación de su Secretaría como autoridad de aplicación de la ley penal especial 24.788, empezaron a preocuparse y a cajonearle sus iniciativas. Aún así, emprendió acciones judiciales contra infractores de dicha ley, mediante denuncias penales de hechos atroces (por el costo en vidas jóvenes), que todos los fiscales provinciales que las recibieron –nueve en total- ignoraron sistemáticamente, revelando así la existencia de un organigrama judicial de impunidad de la mafia de la noche, que demuestra hasta dónde llega su larga mano negra. El cuadro de indefensión de la sociedad es peor de lo que se creía, porque están comprometidas los organismos encargados de la prevención y represión de este delito. La vergonzosa indiferencia con que los acusadores públicos encubren los innumerables atentados contra la vida y la salud que se cometen en este negocio canalla, consolida el sangriento status quo de la nocturnidad, cuyos peligros constituyen la mayor amenaza para las familias argentinas con hijos jóvenes y adolescentes. La responsabilidad de la corporación de los fiscales en el genocidio del alcohol estaba oculta y ahora se conoce gracias a Sebastián, que la puso en evidencia.
No se arredró ante las dificultades, y mientras sus superiores administrativos le hablaban de componendas electorales, él –sensible al sufrimiento de las víctimas de esta cruel problemática- elevaba a consideración del Ejecutivo su segundo proyecto de ley, proponiéndole la creación de un Registro Provincial de Bocas de Expendio de Bebidas Alcohólicas, con dispositivos jurídicos capaces de lograr el eficaz control de la oferta etílica en los antros nocturnos, donde se incuban tanto las adicciones masivas de nuestra juventud, como la interminable serie de tragedias viales que ocurren durante las madrugadas de fin de semana, que le cuestan la vida a más de 3.000 chicos por año en la Argentina, determinando que el politraumatismo sea la primera causa de muerte de las personas de entre 15 y 30 años de edad. Mientras él se desvelaba por salvar vidas, sus jefes se dedicaban a contar votos. Sólo el Ministro de Salud de la provincia, Dr. Oscar González, comprendió la importancia sanitaria de su propuesta legislativa, y la apoyó decididamente. Ni siquiera eso le importó al dúo Schiaretti-Caserio. Cajonearon también este proyecto, que ahora sacan a relucir como propio, en versión adulterada para restarle eficacia preventiva (no sea cosa que se molesten los señores bolicheros).
Finalmente, ante la evidencia de que Sebastián no era el inepto obsecuente que ellos querían que fuese, que con sus propias ideas de gobierno amenazaba realmente los nefastos intereses económicos del alcohol y las drogas -que ellos no quieren confrontar-, pusieron entonces en marcha su aparato de agresión mediática, y después de una feroz campaña de intrigas periodísticas, lo echaron de su cargo fingiendo escandalizarse por su denuncia de favelización de la ciudad capital (absolutamente cierta). Tenían que justificar ante la opinión pública, la exoneración de un funcionario diligente y honesto. No convencieron a nadie.
La historia recogerá que este hombre tuvo el coraje cívico de desenmascarar a los responsables políticos del auge de la drogadición y el alcoholismo que agobian a nuestra sociedad, porque demostró con su ejemplo personal, que el perverso fenómeno es producto de la deliberada inoperancia de los gobernantes, sea por cobardía, ineptitud o peor aún, por complicidad. Al frente de su pequeña tropa de leales y siguiendo el hilo conductor de sus convicciones, se adentró como Teseo en el temible laberinto del Minotauro, con la noble intención de convertir la espantosa ofrenda ritual que alimenta al monstruo –la vida de diez jóvenes cada día-, en la oportunidad de darle fin. Aun cuando la empresa del héroe griego haya tenido más éxito que la de Sebastián, él puede dormir con la conciencia tranquila, porque al pronunciar la tremenda verdad en lo profundo de la tenebrosa caverna del poder, ha logrado herir a la bestia, que hoy se revuelve furiosa.
“Para decir la verdad he venido”, dijo Jesús, a sabiendas de que sería derrotado por el poder temporal, desde siempre detentado por los injustos. Todos aquellos que de un modo u otro se sacrifican por una causa justa, transmiten el mensaje evangélico. La historia de la Humanidad es una constante lucha entre el bien y el mal, y sus respectivas expresiones: la verdad y la mentira. En la extensa noche de la mentira, cada tanto amanece la verdad. Sebastián ha dado un ejemplo luminoso, que algún día alumbrará el camino de los que retomen su obra de protección de la juventud, porque en Córdoba ya no será posible prescindir de sus ideas.
Recomiendo la lectura de su libro. Es un testimonio valioso, que ayudará en la lucha por construir un futuro mejor para nuestros queridos hijos. "
Esteban E. Gorriti Córdoba, 28 de julio de 2010.