¿Es posible construir un país de abajo hacia arriba?



Argentina no confía en su gente. Ese es el principal defecto de nuestra cultura, y no es de ahora; desde el comienzo de nuestra historia construimos un país que subestima a su población. Los ciudadanos fuimos educados en esa concepción. Y a veces pareciera que preferimos que otro disponga en nuestro lugar, a cambio de protegernos y asegurarnos una vida más tranquila.

Nos hemos acostumbrado a esperar al líder. Más allá de lo que diga nuestra Constitución, el principio tácito -aceptado por todos- es que avanzamos sólo cuando hay un gobernante fuerte, que hace y deshace, incluso violentando la ley. Las instituciones no importan. Importa que las cosas se hagan.

En ese marco, el sistema dice que somos “soberanos”, pero nos tratan como animalitos. En temas tan básicos como nuestra relación laboral, nuestros ahorros, la salud de nuestra familia, la educación de nuestros hijos, la jubilación que tendremos, lo que podemos comerciar y lo que no, dónde, cuándo, con quién... las cosas de nuestro barrio, de nuestra ciudad... es el gobernante el que decide y no los propios implicados.

En verdad nadie invita seriamente a participar en este país. Las instituciones políticas, civiles, sindicales, empresarias, profesionales, todas tienen miedo a abrir sus puertas. "Mejor manejarlo entre unos pocos". Siempre hay una buena excusa para justificar el juego cerrado.

Queremos ser protagonistas.

Tiene que renacer una voluntad irrefrenable de cada argentino de ser protagonistas de su propio destino. Y una aspiración concreta a decidir la mayor cantidad de cosas por nosotros mismos. A algunos eso les parece una expresión de deseo, por la apatía y el desinterés generalizado. Pero es perceptible el malestar profundo de la gente, que sigue in crecendo. Sólo es cuestión de tiempo.

¿Democracia directa?¿Gobierno de las asambleas en las plazas? Nada de eso. Simplemente que no decida un funcionario cuando podemos decidir nosotros. Y que no haga el Estado lo que puede hacer la comunidad, es decir las personas organizadas en empresas o en instituciones. La consecuencia lógica es que los ciudadanos volvamos a tener también el derecho a elegir –por votación o por concurso- a representantes y a funcionarios respetados, sin ser víctimas de las distorsiones de la partidocracia.

Quiero vivir en un país que vuelva a poner a su gente primero porque estoy convencido que eso generará una Argentina más justa. Darle poder a la gente es el pilar del Desarrollo Social. Porque el sentido común no es patrimonio de una clase. Todos están llamados a hacerse cargo de su vida y a hacerlo lo mejor posible.

Ese es el problema cuando los políticos adormecen a la población repartiendo cargos públicos, bolsones o subsidios "para combatir la pobreza" sin preocuparse por dar las herramientas y las oportunidades para que cada uno salga adelante por sí mismo.

El Estado dice preocuparse por los marginados pero en verdad es el primero que los margina. Les dice: ésta es tu escuela y no hay otra, ésta es tu obra social, éste es tu sindicato, ésta es tu jubilación, y éste es tu representante (porque la lista sábana es eso: obligar a la gente a tener representantes que no conoce). Y conformate. Los que tienen más recursos, contratan en cambio otro seguro de salud, un colegio privado, un sistema de seguridad privada, pero los indigentes no.

Libertad, libertad, libertad.

El grito de "¡primero la gente!", por tanto, debe convertirse en la bandera de los sectores más populares contra estos políticos y contra este sistema que nos sentencia a consumir callados y obedientes sus desordenados y “benefactores” servicios, sin voz y sin voto. Sin que el paciente decida cuál es la mejor obra social, ni los padres cuál es la mejor escuela a la que quieren que el Estado asigne los fondos que les corresponden. ¿Por qué no dejar que los ciudadanos decidamos qué es lo mejor, para nosotros y para nuestros hijos?

Muchos afirman que no estamos preparados. Que primero deberíamos ser educados en esa cultura de la responsabilidad personal y la participación en los asuntos que nos competen. Tienen razón ¡pero no esperemos hasta que eso ocurra para comenzar a cambiar!. La democracia se aprende equivocándonos al votar (como ya lo hemos hecho). La República aprendiendo cuánto nos cuesta cada mesiánico entronizado. Y los beneficios de una sociedad y de una economía abierta y competitiva se aprende abriéndonos y compitiendo.

Habrá que parir esa Argentina, sin esperar al próximo candidato a presidente. Sólo la fuerza, el idealismo y la participación de los jóvenes puede enfrentar semejante desafío.