Quiero detenerme un momento frente al núcleo central de nuestra sociedad
que, como siempre hemos dicho, es la familia: nuestras familias, la tuya, la
mía.
Ya sabemos lo difícil que es la construcción de una familia en el medio
del mundo actual, pero -a su vez- lo central que es este proyecto en nuestras
vidas. Me atrevo a hablar por todos: el desarrollo de nuestras familias es EL
proyecto de nuestras vidas.
En este sentido, aunque no podemos arrogarnos que sea un diferencial
solo de Córdoba, porque el valor de la familia es universal y con mucha fuerza
en la cultura de América Latina y de Argentina, por supuesto, sí podemos
sostener que los cordobeses tenemos un punto fuerte en este sentido.
Nuestro entramado familiar es aún muy fuerte y resistente, con familias
grandes conformadas por abuelos, tíos, padres e hijos, que conviven con mucha
intensidad, por la propia característica de nuestra dinámica social: nuestros
hogares, cientos de reuniones familiares, cumpleaños, bautismos, casamientos,
comuniones, recibidas, navidades, semanas santas, idas al campo, asados, amigos
que se integran…. La frecuencia con la que nos reunimos con nuestra familia es
un dato de lo intensa que es nuestra relación y lo importante que es para
nosotros. Es común el caso de una pareja que se va a vivir afuera e incluso le
va bárbaro económicamente. Pero anhelan volverse, para poder vivir esta
dinámica de familia y amigos.
Dada esta fortaleza, y pensando en el futuro de Córdoba y de nuestra
sociedad, hay dos esfuerzos que tenemos que hacer con particular esmero.
La familia frente a la “batalla
cultural”
El primero es defender esta institución de cualquier ataque ideológico o
interesado que quieran hacer.
No voy a desplegar aquí teorías conspirativas de
que hay un plan siniestro a nivel mundial que pretende destruir a las familias
del mundo. Sí hay que decir que existen ideologías que han visto en la familia
el germen del sistema capitalista y que han tratado de destruirla en forma
expresa. Traigo a la mesa el caso de los Khmer Rouge en Camboya, en la década
de 1960, brazo armado del Partido Comunista de ese país, que ponía en un cruce
de caminos a los distintos miembros de las familias de espaldas y los obligaban
a caminar- cada uno hacia distintos rumbos- sin mirar atrás, so pena de
fusilarlos. Así se destruyeron miles de familias para intentar terminar con la
“mala influencia” de esta institución. De más está decir que no lo lograron,
pero sembraron mucho sufrimiento.
Como digo, no voy por esa línea conspirativa en esta reflexión. Solo
subrayo que hay que cuidar a las familias de Córdoba. Toda decisión que
debilite la estructura familiar es una medida equivocada, aunque tengamos
buenas intenciones.
- Cuando le damos de comer a los chicos en el colegio, porque los
padres no pueden hacerlo en sus casas y no nos esforzamos por entregarle esa
comida al entorno familiar, para que puedan sentarse en torno a la mesa e
interactuar, estamos debilitando esa estructura.
- Cuando en el ámbito educativo
le quitamos poder a los padres para decidir sobre la educación de sus hijos,
porque los subestimamos y pensamos que sabe más el técnico o el burócrata que
ellos, ocurre lo mismo.
- Cuando un director técnico intenta ahuyentar a los
padres que apoyan al equipo y también se entrometen y opinan (por la propia
pasión que les genera), están subestimando el valor central que tiene el
acompañamiento de esos padres a ese hijo durante la aventura deportiva que está
encarando.
- Más arriba -por supuesto- está la inseguridad, que obliga a las familias
a encerrarse entre rejas y no salir para que no le roben (con situaciones
dramáticas como en los casos en que no pueden ir siquiera a festejar la Navidad
con sus familiares, porque esa noche los desvalijan).
- También están las
políticas de hábitat de los gobiernos, que en lugar de dar un crédito para que
cada familia construya donde quiera, lo más cerca posible de los suyos,
construyen planes de vivienda en cualquier lugar y le asignan una casa que los
extirpa del entorno de sus seres queridos.
- El debate sobre la educación sexual de los niños y adolescentes en el
colegio es otro ejemplo que requiere sintonía fina. ¿Partimos de la base que la
educación en la familia es retrógrada, que no se dialoga y no se informa, y que
es bueno que un docente o un tercero desde el colegio configure la formación
sexual y la información desde el colegio? ¿O son los padres los que deben tener
ese protagonismo, incluso capacitándolos a ellos, para que luego transmitan
según su marco cultural, religioso o ideológico?
Tengo la impresión de que en los últimos 30 años no hemos cuidado a las
familias de Córdoba como corresponde. Las hemos dejado a su suerte. Nos
preocupamos de la mujer, del niño, del joven, del anciano como individuos
separados, pero no como partes integrantes de una institución capaz de
contenerlos y hacerlos crecer como es la familia.
¿De qué "Familia" hablamos?
No me voy a escapar a la pregunta central que debemos hacernos aquí:
¿qué modelo de familia vamos a enseñar desde el jardín de infantes y durante el
primario?
Utilizando todos los conceptos que hemos desarrollado en el libro "El futuro de Córdoba",
mi propuesta es que no tomemos ninguna definición. Que haya alternativas
distintas y que puedan ser los padres los que elijan a cuál quieren adscribirse
y a qué escuela enviar a sus hijos. Luego serán ellos, durante la adolescencia
y la juventud, los que decidirán si ratifican o se rebelan contra lo aprendido.
En esta misma línea pregunto también: ¿qué nos conviene a todos como
sociedad y por supuesto también al Estado? ¿Que las parejas formalicen su
relación en un matrimonio y que -además- sean estables, incluso con el
horizonte de que estén juntos “hasta que la muerte los separe”? ¿O a la
sociedad y el Estado nos es indiferente que se separen y se divorcien?
Aunque está claro que es un derecho individual de la persona a decidir
sobre si quiere estar o seguir estando con su pareja, a la comunidad nos
convienen parejas formales y estables. Si es así, entonces también tenemos que
promover y proteger el matrimonio como institución, base para que luego exista
una familia.
Cuando la relación no se formaliza y cuando una perspectiva de
estabilidad -un proyecto de vida en común- no se consolida, las bases de esa
familia son precarias. Si se rompen en el camino, eso seguro que repercutirá en
los hijos, en el entorno y en la propia pareja con esquirlas hacia la comunidad
más cercana. En términos de estabilidad de la dinámica social, es mejor tener
familias estables y parejas fuertes.
Insisto en que no estoy hablando de abolir el divorcio ni mucho menos.
Solo hablo de cuidar la institución familiar y su núcleo, que es una pareja
formalizada en matrimonio. Aquí incluso voy mucho más allá de cualquier
convicción religiosa, y desde un punto de vista meramente civil y social.
Párrafo aparte merecerán las consideraciones de fe de cada persona o comunidad.
La familia como la
institución más eficiente
Más arriba hablamos de dos esfuerzos. Ya reflexionamos sobre el primero,
que es cuidar a la familia como institución, si queremos construir un futuro
potente para Córdoba. Pero el segundo esfuerzo va más lejos aún: la familia
como institución puede convertirse en un centro revolucionario de gestión
eficiente de muchos de los desafíos sociales que hoy nos aquejan y que
aparentemente no tienen vías de solución. Esta idea la ha defendido con pasión
Carmen Álvarez Rivero y tomo de ella la inspiración.
¿Qué podemos hacer con las personas mayores que están solas? Tal vez
podamos trabajar soluciones que involucren a la propia familia. Incluso quizás
sea mejor pagar a un miembro del núcleo familiar para que los cuide, que
llevarlos a un geriátrico (por supuesto siempre que la condición de la persona
anciana lo permita). Seguro que lo harán con más cariño y dedicación que un
extraño.
¿Cómo trabajar con las personas con discapacidad? En lugar de inventar
mil y un organismos, programas y cosas que no funcionan, tal vez hay que
financiar a la propia familia, porque ellos sí saben qué se puede y qué no se
puede hacer. Doy estos ejemplos, de muchos otros que podría citar, para que
advirtamos la potencia y la mayor eficiencia de gestión de desafíos sociales
que hay en el marco de la familia y su entorno.
Y si la familia no tiene que involucrarse con sus propios miembros
respecto de problemáticas especiales, sigue siendo una unidad potente y
eficiente para gestionar en instancias cercanas. Las familias trabajando con
otras familias cercanas de amigos, en los colegios, en los clubes, en los
grupos religiosos, en ONG’s, en apoyo escolar o en lugares de ese tipo son
incomparables en su energía positiva y labor.
El padre Ricardo Rovira sabe decir: “lo que una madre le diga a su hijo,
ese hijo se lo dirá al mundo”, resaltando esto que estamos mencionando y cómo
la tarea de una madre, por ejemplo, que -en general- es la líder de la familia,
puede irradiar compromiso y acción en el resto de los miembros de ese grupo
íntimo.
Agrego este párrafo porque está claro que la madre sería la que mayor
potencial y eficiencia tendría, en general, para liderar este tipo de procesos
novedosos, si contara con los recursos adecuados.
La familia y el “feminismo”
¿Cómo se llevan estas reflexiones con los movimientos feministas y sobre
todo los extremos? Está claro que estamos hablando desde concepciones
distintas. Pero - poniendo en práctica el gran valor de la tolerancia- digo que
la tarea que ha hecho el feminismo en los últimos años, en ciertos aspectos, ha
sido interesante y positiva. No tal vez en intentar que cambiemos las palabras
y hablemos con la letra “e” incrustada, porque es una “lucha” que pareciera
demasiado semántica en comparación con los desafíos de la realidad. Pero sí en
advertir sobre el machismo que puede habitar en muchas familias, con una mujer
muy subordinada a ciertas tareas que no tienen por qué ser exclusivas de ellas.
Todos hemos vivido -yo también, en el seno de mi familia- una
transformación positiva, un avance respecto de los roles y los preconceptos
sobre qué tenía que hacer un varón y qué una mujer; sobre formas de tratar y de
condicionar, sobre prejuicios infundados que estaban muy enraizados en nuestra
cultura y que se han ido resquebrajando sobre todo por la exigencia de los
jóvenes, de la nueva generación. Todo esto ha sido extremadamente positivo.
¿Hacía falta pasearse desnudas por las plazas o hacer caca en la puerta
de la catedral, o los excesos que proponen “matar a un macho para terminar con
el patriarcado”? Claro que no. Pero tampoco es bueno ser apocalípticos: todos
los movimientos sociales -en sus comienzos- se mueven hacia los extremos y
luego se moderan y se incorporan a la sociedad con todo lo bueno que pueden
dar.
(Extracto del libro “El Futuro de Córdoba” en el capítulo “El futuro de los
valores” www.futurodecordoba.ar)