Por Sebastián García Díaz
Miembro de Civilitas -Esperanza Federal-
Miembro de Civilitas -Esperanza Federal-
Córdoba no está bien. Y no hablo de nuestras clásicas falencias. Ni de las realidades oscuras que se han develado en el último tiempo. Sino de lo que -a esta altura- resulta más preocupante: la capacidad de nuestra sociedad cordobesa (y argentina) de regenerarse y emprender un nuevo rumbo.
Temo que la decepción con la
democracia -y sus instituciones- y la posibilidad de que esta ciudad, esta
provincia y este país cumplan finalmente con nuestros anhelos, ha calado tan
hondo en nosotros, que ha terminado por secar nuestro corazón ciudadano.
Si las huellas que deja la
clase política y sus “amigos del poder” ya no nos conmueve; si no nos perturba
la posibilidad de que el recambio en el 2015 no produzca más que retoques en
las formas pero no en el fondo; si Lanata los domingos, Rossi por las mañanas,
Tomás Mendez, o los analistas de este diario sólo nos está sirviendo para
profundizar nuestro escepticismo y nuestra vocación por zafar mientras podamos,
entonces no hay dudas respecto al diagnóstico: lo más grave que nos está
pasando es que hemos perdido la esperanza de que algo realmente pueda cambiar.
Una reacción no sustentable
Muchos han decidido
transitar por nuestras calles reduciendo el contacto con lo público al mínimo, sin
esperar ya nada del Estado: ni seguridad, ni educación, ni salud, ni justicia,
ni obras.. sólo que no los demoren mucho cuando deban renovar el carnet de
conducir.
El anhelo es evitar el
contacto con “la realidad”. Lo tienen para ganar sus sueldos y honorarios,
pero, en cuanto pueden, se recluyen. Sienten
que la única variable de riesgo son sus hijos cuando salen los sábados… pero ni
siquiera eso los moviliza. Llevan y traen a los más chicos (cual si fueran
choferes exclusivos) con tal que no sean rozados siquiera por lo que pasa “allá
afuera”.
En nuestra generación -estoy
cumpliendo 42- esta desesperanza se ha vuelto un cáncer. “Ya ni leo los diarios
ni escucho los noticieros” es una frase demasiado repetida. Y hay
cuestionamientos más profundos: “Amo este país, pero ¿estoy haciéndole bien a
mis hijos promoviendo que echen raíces en un Argentina tan desquiciada?”
Como es tan evidente que así
no podremos vivir, porque no es sustentable (me remito a los saqueos de diciembre)
y dado que el cambio depende de nosotros, propongo que instalemos en el máximo
nivel del debate de hoy, qué no está pasando en lo profundo de ese “corazón ciudadano”
tan dolido. Como cuando se obliga a un enfermo a hablar de su trastorno al
frente de todos. Porque no es normal y no es sano, que la generación que hoy
deberíamos estar construyendo el presente, simplemente nos borremos, por más
reales y sentidas que sean nuestras justificaciones.
Razones para la esperanza
El comienzo del cambio pasa
por volver a creer en el poder de las ideas, las convicciones y los valores.
Porque no nos falta nada de ello -tampoco proyectos concretos- pero sí nos
falta creer que son esas cosas las que cambian el mundo (y la historia).
Propongo recorrer un nuevo
camino. Volver a poner en el primer plano a las oportunidades. Construir una
visión esperanzada, aunque más no se trate de la “esperanza del todavía”:
todavía nuestro sistema educativo no se ha destruido tanto como para no poder
transformarlo. Todavía el avance del narcotráfico no ha llegado a ser el caso
de México como para que no podamos revertir ese proceso. Todavía nuestra
pobreza no ha recorrido tan largo camino como para impedir que nuestros
hermanos puedan ser incluidos con políticas eficaces. A pesar de la corrupción
estructural, todavía es mucho más numerosa la gente decente y de bien que los
parásitos y los avivados.
Si Chile lo está logrando,
si Uruguay va en camino, incluso Perú; si Colombia está enfrentando su
violencia y Brasil dejó de dar la espalda a sus pobres ¿por qué no nosotros? Privilegiados
por una tierra fecunda, capaz de alimentar a 400 millones de personas, con
bellezas turísticas y nuestro mayor capital: una inmensa clase media, golpeada
pero aún digna. Córdoba puede proyectarse hacia la economía del conocimiento
con una base universitaria hoy manipulada por militantes, pero con un inmenso
potencial si lo aprovechamos. Tan cerca de todo (del pacífico, de Brasil) con
un clima bendecido, y el desafío abierto de tener cien Arcor, cien AGD, cien
Alladio, cien Agrometal…
¿Por qué no abrigar
esperanzas fundadas de que nosotros también somos capaces de lograrlo? Tenemos
al menos una deuda con los más jóvenes: intentarlo. Darles ejemplos de
participación y razones concretas para pensar que lo mejor aún está por venir.