Los creyentes de Córdoba tenemos una oportunidad. Somos un sector muy importante de la sociedad y hemos aprendido a convivir en un marco, ya no sólo de tolerancia, sino más: de acción conjunta en los valores que compartimos.
La Iglesia Católica posee una infraestructura material y humana extraordinaria. Contamos con la Universidad Católica, Caritas, Radio María, Pastoral Social, Acción Católica, ACDE y cientos de parroquias, templos, colegios, fundaciones, grupos juveniles, misioneros y de acción dispersos por todo el territorio. Entre los laicos hay profesionales prestigiosos, empresarios, trabajadores, artistas, intelectuales, maestros y profesores, con un compromiso social relevante. Las Iglesias, gracias a Dios, están llenas de jóvenes.
Los evangélicos en Córdoba viven un proceso notable de crecimiento, coordinación entre los diversos pastores y de inserción en la comunidad abierta. Apostaron por la formación de sus jóvenes y eso ya está arrojando resultados concretos. La militancia activa de sus bases es sorprendente y su estructura de comunicación crece.
La Comunidad Judía, se muestra fuerte, dinámica y organizada para la acción. El resto de los credos otro tanto.
Sin embargo, sufrimos una grave debilidad. No hay suficientes dirigentes, surgidos de entre las filas, dispuestos a representar en forma activa esos valores en el ámbito de lo político.
De la reacción a la acción
Junto con esas 20 mil personas que llenamos la plaza Velez Sarsfield para defender el matrimonio heterosexual, yo también me emocioné al ver que por fin estábamos movilizados nuevamente. Pero no pude dejar de pensar que -al igual que en otras ocasiones- nuestra voz en lo político se escucha cuando ya es demasiado tarde.
¿Qué nos falta? Hay que decirlo: sabemos perfectamente lo que no queremos, pero nos falta -puertas adentro- debates más profundos, sistemáticos y propositivos sobre el país en el que queremos vivir, de cara al futuro.
Lo nuestro en términos políticos es pura resistencia, reacción, queja, melancolía incluso por un tiempo que no volverá. Pero las pocas propuestas que se elevan no tienen la misma fuerza y sustancia. Son enunciados del deber ser, pero sin el roce con la realidad que todo lo condiciona.
Si las instituciones religiosas le siguen dando la espalda a la política real, es difícil que germinen vocaciones concretas dispuestas a hacerle frente. En el fondo, el llamado de los pastores a participar en este ámbito es todavía retórico. Y ante el caso concreto, cunde la desconfianza y el escepticismo.
¿Cómo son vistos los dirigentes que dejan de “ayudar en la Iglesia” para pasar a militar en un partido político? Sólo el 9 % de la gente participa en algo que exceda su esfera personal. Pero de esos, el 75% lo hace a través de canales religiosos. Si no abonamos esa tierra llena de semillas, ¿cómo podemos esperar que haya concejales, diputados, senadores y gobernantes que respondan a nuestra visión trascendente?
Para los que nos atrevimos, a pesar de todo, sufrimos los “grises de la política”, sin poder interactuar con los hombres de fe que sólo entienden de blancos y negros, desde la cómoda posición que permite “mirarlo por tv” u opinar por mail o facebook.
Iglesia, canta y camina
Entiendo que la Iglesia -al menos la Católica- sufrió las distorsiones que se produjeron en los 60 y 70 por la confusión entre Fe e ideología y las consecuencias que eso produjo.
En los 90 se fueron desactivando las movilizaciones masivas de jóvenes (recuerdo el Estadio Córdoba repleto en el Encuentro de Juventudes del 85), los ámbitos universitarios se replegaron intramuros (ni siquiera la Facultad de Ciencias Políticas de la UCC nos interpela, ni tampoco a sus estudiantes). Los medios de comunicación propios y los espacios de reflexión, se siguen poniendo incómodos cuando tienen que hablar de política o entrevistar un protagonista. La acción más arriesgada ha sido incentivar que la gente sea fiscal y se interese por las plataformas partidarias, pero sólo en los temas que nos hacen reaccionar.
Por ahora, únicamente los obispos, se arriesgaron. Lo hicieron con el “Diálogo Argentino” en el 2002 y en sus periódicos documentos. Pero ha llegado la hora de promover la acción política de los laicos. Un compromiso que vaya más allá de recitar la “oración por nuestra patria” al final de cada misa.
Quiero volver a vivir la experiencia de ser exhortado por un Papa, como Juan Pablo II, diciéndole a miles de cordobeses: “hagan con sus manos una cadena más fuerte que las cadenas del odio y de la muerte.” (en
cierta manera lo estoy viviendo con el Papa Francisco, a quien admiro, aunque todavía ni él
logra movilizar a los que tenemos Fe en Argentina)
Iré a la próxima marcha en contra del aborto. Pero alguna vez quiero ir a la marcha de los 10 puntos que los hombres de fe pensamos pueden cambiar positivamente Córdoba y la Argentina.